Este relato es
una guerra de mentes; mentes retorcidas.
Látigo y Utópica
se van retando a escribir una historia que, como todo lo que pueda salir de sus
mentes, llega a alcanzar tintes surrealistas.
-
Me gustó el sabor de tus labios, que pena que los
probara casi cuando el tren se iba.
-
Querido, yo no diría que has probado mis labios,
apenas un suave beso. Si no hubieras sido tan tímido, quizás te habrías llevado
algo más.
Aquellas palabras resonaban en su mente. Lo
hicieron durante un largo año en el que, de cuando en cuando rememoraban ese
encuentro y hacían planes para una nueva cita.
-
Tímido yo, pensaba, hasta que me dan “en to er
bebe” , y tu me has dado, hermosa Lolita.
Nada mas vernos, amenizamos la charla con un café
con hielo, poniéndonos al día de todas aquellas cosas que son difíciles de
contar tras la frialdad de unas teclas.
Casi de forma casual, deslizas la tirita de mi
vestido por mi hombro, y yo hago que no me he dado cuenta.
Se que me tienes ganitas, veremos donde nos llevan.
- ¿Así que
has tenido una semana dura?
-
¡Durísima...! Este nuevo trabajo me deja agotada, pero encima sé que debo darme
con un canto en los dientes. ¡Tal y como está el panorama.... buffff!.
Te miré con
mi carita simpática y mi sonrisita limpia de vendedor de tres al cuarto. En
realidad, debo confesar que jamás logré vender ni una aspiradora aquella vez
que me dio por trabajar en el "puerta a puerta". Ineludiblemente se
me daba mejor camelarme a la dueña -aunque sólo fuera, a veces, por que me
pusiera la merendola por delante "por todo el morro"- que lograr la
ansiada firma del contrato de venta.
-Pues eso
lo puedo solucionar de mil amores -dije
inocentemente. -Y la
ayuda de este protector solar... a ver, a ver... ¡de... este protector solar
con aloe vera y esencia de macadamia! ¡Vaya... cómo tiene que dejar esto la
piel...! -guiño pícaro.
Clavaste en
mí tus ojos castaños, levantando un poquillo la carita, que mantenías protegida
del fuerte sol de Agosto entre tus brazos, mientras medio dormitabas boca abajo
y te tostabas como una sirena sobre la ardiente arena. Me miraste entre
incrédula y somnolienta.
-¡Que te
crees tú que te voy a dejar que me pongas las manos encima...! ¡No me fío de
tí...!
Recordé,
sonriendo para mis adentros, que la vez anterior, en otra playa hacía casi un
año, me habías contestado algo parecido... y un talante avieso fue avivándome
las ganas de jugar. Como tu bien sueles decir... ¡JUGAR... JUGAR... JUGAR!.
-¡Mujer...!
¿Qué temes de mí? ¿Qué podría hacerte que pudiera ser malo para tí? ¡Como
mínimo... dedicarte un masaje!. ¡Quién sabe... a lo mejor consigo que duermas
esta noche con una sonrisa de ángel, sin tensiones ni dolores de espalda...!
¡Tal vez no se me dé mal hacer de terapeuta!
-¿Quieres
llevarme al huerto de esa manera tan simple?
-Te prometo
que "no te llevaré al huerto"... a menos que quieras ir tu "de
motu propio".
-Bah... al
final todos buscáis lo mismo. ¡Resulta aburrido!
-Te doy mi
promesa de caballero, de que no me propasaré... ¡no busco propasarme ni lo
necesito! -sonrisilla
pícara- No te tocaré de manera
ofensiva ni lasciva. ¡Será mi mente la que, a través de mis manos alcance la
tuya! ¡Mis manos serán sólo el vehículo!
-¡Ya,
ya...! -reíste con
incredulidad. -¡Menudo cuento
el tuyo...!
Para
terminar de convencerte palmeé sonoramente mis manos y las froté
concienzudamente -algo de teatrillo nunca está de más-. Tomé el bote y vertí
sobre la palma izquierda el líquido blanco, extendiéndolo suavemente.
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