Casi se tiró a sentarse entre mis piernas, abrazada a
ellas. Comencé a acariciar su cabeza, hablándola con suavidad.
- Tenía ganas de verte Gatita, y de tenerte así.
Empecé un monólogo mientras ella, con sus ronroneos provocadores
inundaba la sala imprimiéndola de una extraña aura sexual. Yo la ignoraba
aunque a ella iban dirigidas mis palabras; como si no la viera, como si aquella
cabeza que estaba acariciando no fuera la suya, como si no me diera por aludida
ante su deseo sexual. Quería saber hasta donde llegaba en su intento de llamar
mi atención. Hablaba de cosas banales y ella me escuchaba atenta recibiendo mis
caricias y mirándome ensimismada al tiempo que contrariada por lo que estaba
ocurriendo. Sabía del deseo de ambos, por eso, la escena que estaba
viviendo le estaba pareciendo surrealista.
- Total, que, al final el domingo pude conseguir el
libro que estaba buscando, MAULLA GATITA, pero me salió más caro de lo que
esperaba.
Sus ojos se abrieron como platos y me miró, como si no
estuviera segura de las palabras que había escuchado de mi boca;
sin embargo, maulló débilmente al ritmo de una excitación inmediata e
insospechada.
- Miauuu.
Continué hablando como si nada, pero ya con una
sonrisa maligna instalada en mi rostro. Entonces se percató de lo que se
esperaba de ella. Era su Gata, como tal debía comportarse, y ese nombre no
había llegado gratis.
Se puso a cuatro patas y restregó el lomo contra mis
piernas, recibiendo una caricia. Cuando su culo llegó a la altura de la mano,
paró, maullando a la espera de algo más que una caricia.
- Pero mira que eres puta Gatita. – Dije metiendo la
mano entre sus nalgas. Sabía que el juego estaba empezando a excitarla, que la
llamara puta con tanta naturalidad hacía sus efectos y aquello era recíproco
porque la respuesta que recibió fue un pecho al descubierto y una orden.
- Lame.
Más como si fuera una perra saltó sobre el sillón y
comenzó a lamer ansiosa, sabiendo que, saciando mi deseo, saciaba su necesidad
de sentirse útil, usada. Observaba cada uno de mis gestos, cada uno de mis
gemidos, buscando complacer a quien tanto la complacía.
Lamía y me miraba a los ojos. Tomé otro trago de vino,
agarré su barbilla y la acerqué a mi propia boca dándola de beber. Cuando la
hube vaciado pregunté.
- ¿Tenias sed gatita?
- Si – Fue su escueta respuesta, sin embargo, el tono
de su voz delataba su excitación.
- ¿Quieres más?
- Siiiiii.
Abría su boca, ofreciéndomela como más tarde me
ofrecería el resto de su cuerpo.
- Tranquila Gatita, si algo haré hoy será darte de
beber.
Su entrega hacía que me descontrolara. Agarré fuerte
su mandíbula y la acerqué besándola bruscamente. La otra mano se coló entre sus
piernas para comprobar cómo estaba su sexo. Aparté el tanga y acaricié
suavemente.
- Veo que estas caliente, lo vamos a pasar bien.
Continué mi recorrido y llegué a su ano, dio un
respingo y me sonrió.
- Arrodíllate.
Abrí mis piernas y no necesité dar ninguna otra orden.
Su cabeza se perdió entre ellas con toda la pasión de la que era capaz, y
creerme, era mucha. Mis caderas empezaban a alzarse buscando su boca, mis manos
agarraban su cabeza con fuerza guiando los movimientos que más placer me daban.
- Mírame Puta.
Su vista se alzó buscando la mía y vi lo que
imaginaba; una mirada lasciva y provocadora. La sumisión y ternura que hasta
ese momento me había regalado había dejado paso a la lujuria que ambos
buscábamos en nuestra relación.
Separé un poco su cabeza.
- Saca la lengua.
Mis manos inmovilizaban su cabeza pero mis caderas se
movían sobre su lengua usándola para complacerme.
Tras un rato de movimientos suaves, disfrutando de mi
Gatita, mi excitación dejó de ser controlable y de nuevo agarré su cabeza para
moverla a mi antojo sobre mi sexo. Jadeaba, gritaba, movía mis caderas y
comencé a ordenarla a gritos.
- Bebe Gatita, bebe ahora.
Ella también jadeaba, caliente como la puta que era,
bebiendo aquellos jugos que tanto deseaba y que tanto había trabajado para
conseguir.
Mis piernas abrazaron su espalda impidiendo que se
moviera y mis manos apretaron su cabeza contra mi sexo culminando un intenso
orgasmo.
Separé su cara y la besé apasionadamente compartiendo
mi sabor en su boca.
Volví a separarme a mirarla y relamió como gatita
golosa arrancándome una risa divertida.
- Golosaaaaaaa.
Volvió a relamerse provocadora.
- Mucho, ya lo sabes.
Apenas me consentí desfallecer unos segundos y rápido
la ordené.
- Ponte sobre mis rodillas.
Obediente y excitada se colocó sobre mis rodillas,
dejando su hermoso culo al alcance de mis manos.
Zas.
Recibió el primer azote de muchos que sabía iba a
recibir y me lo agradeció con un pequeño jadeo. No eran azotes de castigo, al
contrario. Eran azotes de excitación, sabía que con esos cariñosos pero duros
azotes su culo se mostraría aun más dispuesto a ser follado.
Zas.
A cada azote seguían caricias que recorrían sus nalgas
acabando entre ellas, justo en su ano.
Zas.
Los jadeos de agradecimiento eran cada vez mayores.
Zas.
- Ábreme tu culo zorra.
Casi no había terminado de hablar cuando sus manos
fueron a separar sus nalgas y una sonrisa se dibujo en su rostro.
- Tómalo, tómame.
Contesté con otra sonrisa.
- Eso haré, tomar lo que es mío.
Cogí un guante de látex y la vaselina. Metí la mano
directamente en el bote y volví a recrearme en sus nalgas.
- Mírame.
Volvió su cabeza hacia mí.
Mis manos se adentraban cada vez más entre sus nalgas
pringosas. Mis dedos rozaban su ano, sus ojos pedían más y un dedo la penetro
suavemente. Puso un gesto de dolor, no porque se lo produjera, si no como acto reflejo. Metí dos dedos
sin dejar de mirarla a la cara y me contestó provocadora con un maullido.
Entró el tercer dedo y ahora su gesto de dolor si fue
real.
Acaricié suavemente su interior, con movimientos
calmados y, pasados los primeros instantes de dolor comenzó a jadear excitada.
Mis dedos entraban y salían pero no llegaba a su sexo
y deseaba hacerlo a si que la ordené que se tumbara boca arriba. Yo me coloqué
de frente y mientras volvía a penetrarla comencé a jugar con su sexo. Los
gritos me excitaron de tal manera que aunque apenas llegaba por la postura, me
acerqué a comerla la boca.
- No aguanto, no aguanto más.-Me gritó.
- Nadie te ha ordenado que lo hagas Gatita, córrete,
córrete para mí.
Como si estas palabras hubieran sido mágicas su rostro
se desencajó, sus jadeos cesaron y se corrió casi inmediatamente dejando mis
manos empapadas. La llevé a la comisura de sus labios y rápido saco la lengua
lamiendo su propio orgasmo.
Se le saltaron las lágrimas y la abracé.
Nuestros cuerpos desnudos se unieron, por primera vez
de igual a igual y un tímido – gracias- salió de su boca.
Bebió, ese día bebió, pero su deseo era tanto que nada
conseguía calmar su sed.
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Un miedo atroz se apoderó de él mientras se
ajustaba la corbata en el recibidor. Dejaba la ropa allí porque odiaba que le
viera en la realidad de su traje de chaqueta.
Su miedo no era porque temiera lo que tenía fuera, temía lo que dejaba atrás. Temía que el recuerdo de aquella sensación de protección se apoderara de él. Temía necesitar volver una y otra vez a ronronear entre sus piernas. Pero ese miedo ya lo había sentido mil veces, solo que ahora tenía la recompensa de haber vivido la experiencia. Antes tenía ese miedo sin conocer lo que era sentirse poseída.
¿Y acaso no temía también la monotonía de su vida? Otra vez el péndulo.
Deseaba correr.
Como tantas veces. Solo que ahora tenía claro en qué dirección deseaba hacerlo.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro. Una vez más había tenido razón. Vivir nuestra fantasía le ayudaría a marcarse el camino y saber en qué dirección andar le calmaría.
Las ganas de correr desaparecieron y, de repente, sintió el calor primaveral sobre su rostro y lo que es más importante; comenzó a disfrutarlo.
Su miedo no era porque temiera lo que tenía fuera, temía lo que dejaba atrás. Temía que el recuerdo de aquella sensación de protección se apoderara de él. Temía necesitar volver una y otra vez a ronronear entre sus piernas. Pero ese miedo ya lo había sentido mil veces, solo que ahora tenía la recompensa de haber vivido la experiencia. Antes tenía ese miedo sin conocer lo que era sentirse poseída.
¿Y acaso no temía también la monotonía de su vida? Otra vez el péndulo.
Deseaba correr.
Como tantas veces. Solo que ahora tenía claro en qué dirección deseaba hacerlo.
Una amplia sonrisa iluminó su rostro. Una vez más había tenido razón. Vivir nuestra fantasía le ayudaría a marcarse el camino y saber en qué dirección andar le calmaría.
Las ganas de correr desaparecieron y, de repente, sintió el calor primaveral sobre su rostro y lo que es más importante; comenzó a disfrutarlo.
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