Why go?, así se llamaba el local, en pleno barrio de Chueca, donde había quedado Carlos, mi compañero de trabajo, con su hermana Raquel y una amiga de ésta. Las dos acababan de llegar, apenas unos días antes, desde Palencia. No conocían Madrid y hasta ahora se habían limitado a las visitas típicas de turismo de folleto: Plaza Mayor y bocata calamares, Puerta del Sol, La Cibeles y por supuesto el acto extremo de garrulismo total, el Bernabeu.
Carlos, que nunca había tenido una confianza excesiva con su hermana, no sólo por la diferencia de edad, casi 10 años menor, sino porque hacía 15 años que él ya vivía en Madrid y sobre todo, por la excesiva mojigatería de toda su familia, se había propuesto mostrarles una pincelada del Madrid nocturno menos
cool, o más, dependiendo para quien.
Su objetivo no era otro que escandalizar a su hermanita pequeña con algún garito de frikis, mezcla de cazadores noctámbulos, reinonas del barrio – mariconas – , felinas herederas de realities televisivos y desequilibrados perdidos en general.
Why go? era el local perfecto, tenía todo eso, y además maquillado con una decoración retro cutre y pseudo glamuorosa de local de moda, de la cual podrían presumir posteriormente de vuelta a su ciudad.
A pesar de mi negativa inicial finalmente acepté acompañar a Carlos. Mis expectativas para esa noche estaban claras: conseguir de mi camarada Jack Daniels la fuerza suficiente para aguantar con la mejor de las sonrisas a las discípulas de la Virgen de las Angustias y largarme a dormir cuanto antes.
Nos encontramos con ellas en la calle Barbieri. Habíamos quedado en la puerta del local, pero nos estaban esperando al inicio de la calle, a unos 100 metros del bar, imaginamos que no se atrevían a acercarse al ver las pintas de la gente que deambulaba alrededor del garito. Al menos eso pensamos nosotros, lo cual nos hizo echarnos las primeras sonrisitas, creyendo que iban a alucinar, y que, después de aquella visita al Why go?, no querrían volver a quedar ni con nosotros y ni siquiera en Madrid.
Raquel, abrigo, bufanda y gorro de lana, tapada exageradamente, teniendo en cuenta la época del año, tenia apenas 24 años, 1,70, morena y con un parecido enorme a su hermano Carlos. Nos recibió con una sonrisa enorme, creo que de la alegría que se llevó al vernos, tras unos minutos de espera observando la fauna de la zona. Su amiga, ‘La Mari’, una mezcla de María Teresa Campos y Pancho Villa que hubiese quedado perfecta como modelo anunciante de quesos manchegos. P
arecía más jovencita aun, más bajita, más fea, más gordita, más sosa e igual de tapada que Raquel. Entramos en el Why go? sin prácticamente hablar, salvo el saludo protocolario inicial y tres o cuatro preguntas estúpidas, relacionadas con el tiempo o con cualquier otra gilipollez que ni siquiera recuerdo. El local estaba igual de oscuro que siempre, y para ser un martes había bastante ambiente, con una mezcla de gente curiosa: un grupito de punkies, de pastel, disfrazados al modo de la primera época de Madonna, por supuesto con ropa del Corte Inglés mínimo – como me jode la gente sin principios para según que cosas -, unas cuantas parejas gays, tanto tíos como tías, varios grupitos de gente demasiado normal para ese tugurio y ese barrio y un par de ejecutivos cazadores, héteros desesperados sin duda, porque no quitaron la vista de
nuestras chicas mientras se deshacían de toda la vestimenta esquimal que las envolvía.
Con
varias capas menos de ropa Raquel lucía mucho mas, tenía un cuerpo muy bien proporcionado, con un pelazo negro negrísimo, que le llegaba hasta la mitad de la espalda, justo para señalar un bonito culo, pequeño para mi gusto pero redondo y de apariencia firme, digno de su edad, enfundado en unos pantalones vaqueros bastante ceñidos. Confieso que hubo un instante que me resultó atractiva y follable. Volví en mí al ver en Raquel la cara idéntica de Carlos y me dirigí a la barra a por mi primer Jacky.
No había tenido la delicadeza de preguntar a los demás que iban a tomar. Fue algo no premeditado, imagino que para intentar evadirme cuanto antes. De regreso de la barra, copa en mano, fui consciente de mi egoísmo, aunque la verdad, no me importó. La Mari estaba embutida en un vestido indescriptible, de una época prehistórica, de donde deben quedar ya pocas pruebas fehacientes… aunque se debía llevar mucho los cuadros tipo escocés o mantel restaurante menú. Con el sobrante de las cortinas del salón, La Mari igual te hacía unos pantalones cortos que un vestidito para las niñas en el día de la primera comunión de la prima Yoli. El vestido saco le llegaba hasta medio palmo por encima de las rodillas, justo donde terminaban una especie de medias futboleras dignas del mejor delantero de la Selección y a juego con su pelo rojizo al mas puro estilo hooligan abrasado en Benidorm.
Afortunadamente, mi papel de escolta me permitía bastante libertad de acción, asumiendo Carlos el rol principal de anfitrión-guía-hermano mayor, además, en el momento en que me acerqué a la barra mi escáner masculino había captado un par de hembras mas que interesantes. Estaba, por tanto, fijado el objetivo, un par de Jackys mas y algún Ferrari (chupito de vodka con tía María), y a por ellas….
hola chicas, joder que buenas estáis!, como me gustaría follar con vosotras …
Mi mente estaba ideando el más simple de los diálogos, simple, soez y grosero, como el guión de una peli porno, pero ¡joder!, estábamos en el Why go?
Después de un Jacky y tres Ferraris, a los que consiguió Carlos que se apuntaran nuestras chicas, un intercambio de invitados que salían y entraban en el bar, y algunos amagos de movimientos similares a los ritos Cambalacheros, en homenaje al Sunday bloody Sunday de U2 y sobre todo, el Nobody´s Diary de Yazoo, estaba en el punto adecuado para abordar a las lobas.
Los servicios estaban en el sótano. Tras bajar por unas estrechísimas escaleras, al fondo se encontraban un par de puertas cerradas –almacén y privado- y antes, otras dos puertas enfrentadas con los urinarios de chicos y chicas, izquierda para ellos y derecha para ellas. Lo mas divertido era que prácticamente todos los compartimentos estaban separados por cristales, color rosa, ligeramente oscurecidos, pero con suficiente visibilidad para practicar exhibicionismo unos y voyeurismo otros. Los tímidos y tímidas teníamos un problema, que yo evitaba aguantando hasta la tercera copa para bajar. Para colmo en el baño de los tíos, se meaba directamente sobre una pared, tipo espejo y sin separación alguna, con lo cual aquello era como un escaparate de pollas y cruce de miradas de todos con todos. También había un par de minihabituculos independientes y su correspondiente puerta de cristal rosa. Abrí la puerta y únicamente estaba otro tío, que suerte, pensé inicialmente mientras me desabrochaba los botones de la bragueta. Como obligaba la curiosidad y la norma, inevitablemente mis ojos, a través del espejo se fijaron en la polla del tipo de al lado, que ¡joder!, estaba completamente empalmado y mirando en dirección contraria. Rápidamente se despejó el enigma, en el baño del fondo claramente se distinguía como un tío, en cuclillas le estaba haciendo una mamada a otro, de pie apoyado en la pared del fondo. No era la primera vez que veía algo similar, así es que no le di mucha importancia. Terminé, una última mirada al pavo de al lado, que daba la impresión de que iba a empezar a pajearse de un momento a otro, y me subí a por las lobas, no sin antes observar con detenimiento en la puerta de enfrente, en los servicios de las tías, pero no alcancé a ver a nadie.
Otra vez arriba, Carlos me tenía preparado otros dos Ferraris, el mío y uno de las chicas, que ya no estaban dispuestas a seguir con ese juego. Tras acabar con el primero, La Mari me preguntó por los servicios…
Mi sangre y mi cerebro ya tenían una dosis de alcohol suficiente como para cavilar maldades dignas de cualquier patio de colegio.
- Bajando por las escaleras, la primera puerta a la izquierda.
En ese momento me conformaba con que se metiese en el baño de los tíos y tras el breve shock inicial, la imaginaba abochornada de vuelta al que le correspondía realmente…
Habían pasado tres o cuatro minutos, pero mi impaciencia y una risita estúpida me delataba, así es que decidí bajar e investigar.
Mirada furtiva al servicio de las tías, nada. Un intervalo de indecisión, ¿Se habrá enfadado y se ha ido al hotel sin despedirse?, por instinto cambié la dirección de la mirada y entro al servicio de los tíos.
No puedo creerlo, el efecto de los Ferraris suele ser demoledor pero tan alucinógeno…, ¡No puede ser!
En el baño de enfrente además de los dos hombres que había visto antes realizando trabajos fellatio, claramente se distinguía el fantástico vestido de cuadros de La Mari.
Aun no había fijado en mi cabeza una idea clara de lo que estaba pasando, abrí la puerta sin pensarlo y la visión fue tan impactante que me dejó bloqueado unos segundos: La Mari había reemplazado al chaval que había estado previamente en cuclillas y le chupaba la polla a un rubio de bote, con pinta de macarraza total, que ahora había pasado de estar de pie a estar sentado en la taza del water. Éste a su vez le comía con igual intensidad el rabo al colega, antes en cuclillas y ahora de pie. El macarra al verme paró un instante de chupársela a la maricona, un chaval de no más de 20 años, que se notaba que era el que más incomodo estaba en esa situación:
No te quedes ahí, pasa y cierra la puerta, ordenó, dirigiéndose a mí.
La Mari continuaba con su mamada, de manera increíble, a un ritmo cansino, deleitándose en cada lametazo, en cada chupada, una mano apoyada en las rodillas del macarra y la otra restregándoles los huevos sin parar. No se había inmutado ante mi presencia inicialmente, pero al cerrar la puerta detrás de mi no tuve mas remedio que pegarme contra su espalda. Al sentir la presencia de otro invitado más al festín, lejos de asustarse, se incorporó, sin dejar de succionar la polla del macarra y su culo quedó deliberadamente apretado contra mi polla, balanceándose muy despacio, buscándome e incitándome a participar. La sorpresa inicial se mantenía intacta pero mi excitación superaba ya cualquier otra circunstancia.
Mis manos sujetaron sus caderas y apreté mi polla contra su culo, frotándome contra él desesperadamente. De manera precipitada metí la mano por debajo de su vestido, entre sus muslos, hacía arriba buscando su coño, su culo, mientras La Mari separaba aun más las piernas para que no hubiese ninguna duda de que me estaba facilitando el camino. Tenía empapadas las bragas y los muslos, y aunque no dejaba su labor de mamona profesional se estremeció cuando mis dedos apretaron con más intensidad en el clítoris. El macarra, que estaba ahora más pendiente de mí que de su efebo, me increpó:
- ¿A que esperas?, ¡Fóllatela de una vez!
Yo no recordaba estar tan excitado en mucho tiempo. Le subí el vestido de saco por encima de las caderas y pude ver sus muslos y un enorme culazo, en pompa y pidiendo guerra a gritos. Prácticamente le arranqué las bragas, dejándoselas a la altura de sus rodillas, aunque ella cerró un instante las piernas para dejar hábilmente que cayeran hasta el suelo. Se le veía un chochazo impresionante, con abundante vello y completamente mojado, al que restregué con mi mano, muy fuerte, por encima un par de veces, y sin apenas esfuerzo metí un par de dedos dentro. Estaba a punto de correrme y ni siquiera había sacado mi polla del pantalón. Tan pronto y torpemente como pude, me desabroché la bragueta, y me la saqué. Fui claramente el desencadenante para que el macarra se corriera de manera espasmódica en la boca de La Mari, quien, de manera precisa había acelerado progresivamente el ritmo de succión hasta alcanzar su objetivo. El macarra estaba aun disfrutando de los restos de su orgasmo y me miraba ansioso porque yo estaba a punto de embestirla por detrás. La Mari seguía lamiendo, ahora muy suavemente, los restos de semen y sin volver ni una sola vez la cabeza hacía mí. Con ayuda de la mano frote la polla contra el clítoris y en unos segundos me metí dentro de su coño, tan grande y dilatado que me permitió no correrme de inmediato como pensaba que iba a pasar. En ese momento, además, el macarra con un movimiento seco y rápido se levantó y sentó a su compañero en su lugar. La Mari de manera natural sustituyó una polla por otra mientras el macarra, ya de pie, disfrutaba de mis empujones contra el culazo de la mamona. Me incliné hacía delante para agarrarme a sus tetas, que al tacto parecían mucho más grande de lo que había imaginado. El macarra al ver mis intenciones apartó bruscamente el vestido subiéndolo casi hasta el cuello, quedando al descubierto toda la espalda y el sujetador, que se lo arrancó prácticamente de un plumazo dejando al aire dos tetazas colgando a las que me aferré con ambas manos como un loco. Las apreté fuertemente, todo lo que abarcaban mis manos y especialmente sus pezones, que estiraba y apretaba bruscamente, de manera descontrolada. No pude más, un par de empujones que hicieron que su cabeza golpeara el pecho del dueño de la polla que estaba chupando y me corrí dentro de ella, con mi cara pegada a su espalda y ahogando mis gemidos contra su cuerpo. De repente y tras la ceguera temporal del deseo y los efectos del alcohol, aunque La Mari seguía sin mirar hacia atrás, me entró un ataque de pánico que hizo que me largará de allí a toda prisa. Subí las escaleras tan rápido como pude, subiéndome aun los pantalones.
Carlos y su hermana estaban bailando y nadie parecía echarnos de menos. Acabó esa canción, la siguiente, y dos más, y por fin vi aparecer a La Mari. Era imposible que supiese que yo había sido quien se la había follado diez minutos antes -mientras le comía la polla a dos maricones en el servicio de tíos de un antro de Madrid-, y lo que no sabía yo es como y en que momento habían llegado sus bragas a mi bolsillo.
No le había prestado ni un poquito de atención en toda la noche, y ahora al verla enfrente de mi… me daba un morbazo enorme saber que no llevaba bragas, algo que me vuelve ciertamente a cien, además recordaba su culazo, su chocho peludo y sus muslazos empapados por la excitación…
A. de Cirene